La montaña en mi vida
La montaña es parte de mi vida. Crecà cerca de ella como terreno de juego y afición, gracias a la pasión de mi abuelo y a la de mi padre, pioneros en una época en la que la cultura excursionista comenzaba aquà a desplegar sus alas. Yo aprendà a deslizarme por las montañas de mi querido Pirineo — mi hogar como alpinista —. Poco a poco, la curiosidad atrajo al joven hacia la inmensidad y la fuerza de sus valles y cumbres, un terreno inagotable para la aventura y el descubrimiento de paisajes exteriores e interiores.
Del esquà alpino pasé al de montaña y, de ahÃ, al alpinismo, que me abrió un mundo para la imaginación sin lÃmites, una fuente de ideas y desafÃos constantes. Pero, sobre todo, descubrà una fuente de belleza y sabidurÃa irrenunciables, un viaje de conocimiento con encuentros y desencuentros, pero que nunca termina. He tenido la suerte de recorrer esta senda junto a mi familia y mi mujer, compartiendo con ellos mi tiempo y mi trabajo entre las montañas y la vida. La doble apuesta que hice por mi profesión (mis estudios en ciencias empresariales y relaciones internacionales y mi carrera como consultor y formador) y por mi pasión deportiva, hicieron que mi inicio en las grandes montañas fuera algo tardÃo, hacia los treinta años. Desde el Pirineo, mi terreno de formación, conexión y reencuentro, pasé a los Alpes y de ahà al Himalaya. He estado en el Spantik (7.027 m), en el Gurla Mandhata (7.694 m), en el K2 (8.611 m), en el K3 o Broad Peak (8.047 m) y en muchas otras montañas de menor altura.
Mi experiencia como alpinista se ha enriquecido siempre con las vivencias y aprendizajes compartidos junto a mis compañeros de cordada y, cómo no, con los relatos e historias de los grandes alpinistas. Asà he ido llenando mi mochila, equipándome poco a poco para afrontar otro tipo de retos, los del dÃa a dÃa y los del trabajo, con humildad, perseverancia y entusiasmo. La montaña es una escuela severa, a veces despiadada, también inmensamente generosa, y a la que me he acercado con respeto y devoción, en cuerpo y alma, viéndola como un santuario de la Naturaleza, tan cercano a la vida como a la muerte.
La alta montaña es un ámbito único, inhabitable, fuera del tiempo. Uno cree en ella tocar de cerca el cielo; y de hecho, para muchas culturas es un sÃmbolo de lo divino, un espacio de retiro en las alturas de lo desconocido, rodeado de mitos y de misterios. La montaña se yergue ante nuestros ojos como una inmensa evidencia llena de interrogantes. Por eso los alpinistas sabemos que escalar no es conquistar cumbres, es una experiencia llena de incertidumbres, de dudas y de miedos, de abismos exteriores e interiores. Porque cada montaña tiene una vida y una personalidad propia, poliédrica, con distintas caras que muestra y oculta, unas accesibles y otras inescrutables, imprevisibles. El alpinismo, como disciplina de acercamiento a las montañas, nace de esa fascinación por descubrirlas, por explorar sus lÃmites y adentrarnos también en los nuestros. El alpinismo es además un mundo amplio y diverso, tanto como las distintas formas que hay de aproximarse a una montaña.